Especial 22 de junio
LA PALABRA Y EL CUERPO

LA PALABRA Y EL CUERPO

Tiu Li se acerca con el oído a la boca de su abuelo que está por pronunciar palabras. El anciano se las dice sentado y descansando su viejo cuerpo sobre un palo bastón en la vereda.

Tiu Li ahora gira para pegarle una paliza hermosa a 5 forajidos en el pueblo de Qinghai. Es la primavera del año 916 de la dinastía Liao.


El 11 de setiembre de 1297, William Wallace con sus hombres detrás, le grita a Eduardo Primero (a una distancia de 150 metros) que se agarre, porque van a cobrar todos. Remata la frase con la palabra “Libertad”. Aprieta las riendas de su caballo y encara al ejército inglés y a sus casi 5.000 hombres de infantería ligera.

45 minutos después de aquel grito, el ejercito ingles con Eduardo Primero a la cabeza escapan dejando miles de muertos propios en el campo de batalla.

Este episodio se conoció luego como la mítica batalla del Puente de Stirling.


Es 1770. Martín José Artigas Carrasco camina junto a su hijo y con ojos tristes le pide que nunca deje que nadie decida por él. José Gervasio tiene 6 años y se lo promete con un silencioso movimiento de cabeza.

Dos décadas más tarde el mismo José Gervasio comanda al galope su propio ejército armado de tijeras, piedras y algunos chumbos.

Se encargan de quedar cara a cara con quien quiera meterle miedo al pueblo.

Ya son leyenda y mientras beben de sus aguas, descansan al margen del río Qeguay Chico, en Paysandú.


De la cinta traída desde Madrid emerge la voz del General Perón. Esta cinta color ocre, ahora pasa de mano en mano para ser escuchada en miles de unidades básicas y refugios y ranchos de la República Argentina.

Envar “cacho” El kadri corre de madrugada acompañado de relámpagos y tormenta. Atravesando el barrio de Boedo, gira y dispara contra 4 hombres de las fuerzas de seguridad que lo persiguen como perros. Es el año 1960 y acaba de nacer “La Resistencia”.


El soldado correntino José Cabreras levanta el cuerpo de su compañero en brazos y suelta al aire un grito desgarrador. Es 17 de mayo de 1982 y el frío en las islas, el hambre y la diferencia del poder de fuego hacen estragos.

Tiempo más tarde en México, el Estadio Azteca rebalsa de gente.

Maradona recibe el balón de los pies de Enrique, gira sobre sí mismo como un trompo liviano y enfila hacia el arco del equipo inglés. Diego siente un grito que lleva 4 años gritado y le llega del sur. Lo envuelve, lo levanta del suelo y lo impulsa como un sable hacia la trinchera que defiende Peter Shilton.

Luego de dejar un tendal de jugadores contrarios desparramados, lo limpia al arquero y acaricia violentamente suave a su compañera de viaje hacia la red.

Él es el enfermero y traslada sobre su espalda un mar de “Mertiolate” que ahora cae sobre toda la Argentina y con el puño en alto lo grita, y con el puño en alto hace que todo un pueblo sane un pedacito de aquella herida.


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