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EL DEPORTE SOCIAL COMO LENGUAJE

EL DEPORTE SOCIAL COMO LENGUAJE

El 17 de octubre de 1945 tiene el mérito de constituir el mito de origen. Incluso me animaría a decir que sin esa fecha no habría peronismo. Aún, más allá de cómo realmente se sucedieron los acontecimientos, el papel que jugaron determinados dirigentes y las distintas interpretaciones que las diferentes corrientes historiográficas le otorgaron a ese hecho social, como diría Durkheim.

Los mitos no solamente tuvieron importancia para estructurar relatos en distintos momentos de la historia, sino también fueron al rescate de las nuevas disciplinas que aparecían con la modernidad, que intentaban con distinta suerte escapar del corsé que le imponía la mirada positivista. Seguramente tampoco habría psicoanálisis, sin los mitos.

Occidente y sus filosofías del progreso entran en crisis cuando se visibiliza la inmensa cantidad de cuerpos que se amontonan unos tras otros como efecto de la Segunda Guerra Mundial. Cuando esa racionalidad ilustrada se estrella contra la evidencia incontrastable de un mundo sacudido por los efectos devastadores de pólvora que cubría gran parte del planeta. 

Mientras Europa se desangraba, la Argentina, como parte de la tradición de la América mestiza, armaba su 17 de octubre.

Cómo sostiene Juan José Giani: “serán entonces los mitos los vehículos para auscultar esos secretos de la sacralidad colectiva que nos hablan a cada paso. De ese mensaje totémico que esboza un blasón arcaico al que los pueblos recurren en momentos de angustioso desamparo.

Tampoco sin el 17 de octubre hubiese existido la Fundación Eva Perón, ni la construcción que en forma dificultosa, precaria, compleja generó para hacer realidad aquel mandato del primer peronismo que los únicos privilegiados eran los niños”. Y esa trama se construía teniendo al deporte como uno de sus significantes más preciados. Rompiendo el paradigma asistencialista de las damas de beneficencia y articulando con los actores reales en los rincones más inhóspitos de nuestra patria. Construyendo subjetividades para sostener el sueño de un mañana venturoso. Porque lo interesante de esa experiencia no lo constituía solamente el impacto en el orden colectivo que tenía la Fundación cómo institución, sino precisamente que esa construcción del lazo social era posible porque simultáneamente interpelaba la relación entre subjetividad y mundo social. Funcionando la mayoría de las veces como mediador en la conformación de significantes y valores que también recorría la singularidad, el uno a uno. Y en ese sentido el deporte social era una referencia insustituible. Alejado de las grandes marquesinas y de los contratos millonarios de los equipos de primera división.

Hay una anécdota que pinta claramente esto que venimos sosteniendo. El personaje es un dirigente sindical, que llegó a ser intendente de una ciudad del conurbano bonaerense y secretario general de uno de los sindicatos más poderosos que le dieron forma al primer peronismo y que incluso en algunos momentos sus referentes se imaginaron como sucesores del legado de Perón (sin Perón), cuando el General sufría el exilio madrileño.

Este dirigente había nacido en Zavalía, un poblado que quedaba a unos 14 kilómetros de Los Toldos. El pueblo estaba dividido en dos: los de Avellaneda y los de Olivos. Los primeros vivían en casas hechas de barro con calles de tierra; los segundos, las casas eran de materiales, las calles asfaltadas y pasaba por allí, la única línea de colectivo. Si se quería ir a la panadería o a la verdulería había que cruzar las vías y trasladarse hasta el otro lado del pueblo.

Del lado de Avellaneda estaba el Matadero y había mucho espacio para jugar al fútbol. La pelota se hacía con medias viejas y la vejiga de la vaca. Un día viene un hombre y les dice a los chicos de Avellaneda si no querían mandarle una carta a la Fundación Eva Perón pidiéndole un juego de pantaloncitos, medias y una pelota de fútbol. Así fue que firmaron dieciséis pibes entre 10 y 12 años.

Ya desde el día siguiente esos niños se instalaron todos los mediodías en la estación del tren esperando que llegue su envío. Había un tren que iba de Constitución a Lincoln y pasaba a las 12 por Zavalía y ahí estaban esos chicos todos los santos días esperando que llegara la encomienda. Habrá pasado un mes y medio y un día dejaron de ir. Hasta que unos tres meses después una tarde viene el jefe de la estación con un bolso con el nombre de todos los chicos con las medias, las camisetas blancas y azules y una pelota de cuero.

Con el tiempo, esos jóvenes crecieron, la pelota se perdió y este actual dirigente sindical que hoy debe andar arriba de los 80 años se vino para Buenos Aires.

Un día Néstor Kirchner cuando aún era presidente lo invitó a recorrer el Correo, allí había estado por un tiempo funcionando la Fundación Eva Perón y en un momento de la recorrida ve que en una vitrina había adentro tres pelotas como la que le había mandado Evita. Así es que, en un momento del acto, justo antes que hablara Néstor, le dice a un compañero que tiene que ir al baño y sale del escenario. Y ese hombre que ya para entonces tenía más de los sesenta años, curtido en mil batallas sindicales y cierres de lista, rompe el candado de la vitrina y se roba literalmente una de las pelotas, que actualmente está en exhibición en una especie de museo peronista muy precario que armó en su municipio, ya retirado de la gestión. 

Cuando me contaron esta anécdota me vino a la memoria el bello cuento de Osvaldo Soriano: Aquel peronismo de juguete que decía algo así: “Cuando Perón cayó, yo tenía doce años. A los trece empecé a trabajar como aprendiz en uno de esos lugares de Río Negro donde envuelven las manzanas para la exportación. Yo ya había cambiado a Perón por otra causa, pero cuando empezamos con la huelga los garrotazos los recibía por peronista. Por la lancha a alcohol que casi nunca anduvo. Por las camisetas de fútbol y la carta aquella que mi madre extravió para siempre cuando llegó la Libertadora. No volví a creer en Perón, pero entiendo muy bien por qué otros necesitan hacerlo. Aunque el país sea distinto, y la felicidad esté tan lejana como el recuerdo de mi infancia al pie del limonero, en el patio de mi casa”. Hoy, el deporte social como lenguaje y articulador del lazo común se mantiene intacto.


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