Especial 24 de marzo
EL JARDÍN DE LOS PRESENTES ETERNOS

EL JARDÍN DE LOS PRESENTES ETERNOS

En Diciembre pasado Carlos Krug fue por primera vez a la cancha de Racing con el carnet de Socio Eterno de su hermano Alberto, desaparecido durante la última dictadura militar. Fútbol, memoria, identidad y Racing.

Bienvenidos al jardín de los presentes eternos. Un rectángulo de césped delimitado por cuatro líneas blancas. Rodeado de una tribuna cilíndrica con: dos bandejas, un techo y un mástil que todo lo ve. Desde la altura, el mástil guarda todos los recuerdos de ese estadio. Es la memoria viva de un club.

El último recuerdo que presenció, sucedió el martes 7 de diciembre. No hubo goles, puteadas, gambetas, caños ni pelotazos al nueve. Sí canciones. “Madres de la plaza el pueblo las abraza”. “A donde vayan los iremos a buscar”. “Brillará blanca y celeste la academia Racing Club”. Racing y la memoria. Porque los clubes además de goles, puteadas, gambetas, caños o pelotazos al nueve, son un pedazo de identidad. Quizás el más fuerte. Porque cada uno de los y las 46 que fueron nombrados Socios Eternos de la Academia, son un pedazo de Racing. “Están acá. Todos están presentes”, dice Carmen “Tota” Guede, madre de Héctor y esposa de Dante, ambos secuestrados en 1976.

Socios Eternos. La particularidad, lo que diferencia el acto de Racing del de otros clubes, está en esa palabra. Eternos. Para siempre. Por toda la eternidad. No hay mejor manera que restituir la memoria que esa. Los y las hinchas pueden perder la categoría de socios o socias por distintos motivos. Hay 46 que le habrán ganado al tiempo. Siempre estarán ahí. En el este, en el oeste, en el norte o en el sur.

Carlos Krug es hermano de Alberto Roque Krug. Carlos fue uno de los cinco socios en acercar el proyecto a la Comisión Directiva de Racing. “La verdad, pensé que no nos iban a dar ni cinco de bola”, me dice mientras esperamos para entrar a la cancha en la Puerta 3. No es un día más. Y no porque Lisandro López se despida. Es el día en que, después de 45 años, vuelve a la cancha con Alberto. “Mirá”, me dice. Saca un carnet azul oscuro, chiquito, con el escudo de Racing gravado en la tapa. Lo abre. Adentro está la foto de Alberto. “No puedo explicar lo que siento. Es una alegría enorme volver a la cancha con él”.

En tiempos en los que, según se dice, leer en papel está pasado de moda, un libro fue la semilla. Los desaparecidos de Racing de Julián Scher, reunió once historias de hinchas de Racing detenidos desaparecidos. Al principio dudó si era posible llegar a once. En el camino descubrió que había para llenar varios tomos. Racing reconoció como socios eternos a 46 hinchas. Taty Almeida, madre de Alejandro y de Plaza de Mayo, pidió un aplauso para Julián durante el acto. Un estadio de fútbol aplaudiendo a un escritor que lucha por la memoria de quienes soñaron un mundo mejor.

 Carlos y Alberto Krug nacieron a principios de la década del 50 en Boedo. A pesar de crecer en las tierras de San Lorenzo, su padre Federico les transmitió su locura por Racing. Los tres juntos iban al Cilindro de Avellaneda, al sector de la Guardia Imperial. Ahí vieron al equipo de José. La Copa Libertadores de 1967. Y la final Intercontinental contra el Celtic de Escocia. “Habíamos ido con Alberto a sacar dos entradas, porque mi viejo estaba de viaje por el laburo en Mendoza. Cuando se enteró que no le sacamos una para él se armó un quilombo bárbaro. Tuvimos que venir corriendo de nuevo a Avellaneda para conseguir otra, sino nos mataba. Tengo las tres entradas en un cuadrito”, recuerda Carlos.

Federico Krug, era hincha de Racing y Peronista. El justicialismo fue la otra identidad que les legó a Carlos y Alberto. A principios de los setenta empezaron a militar. De una Unidad Básica en Cochabamba y Muñiz, pasaron al Movimiento Revolucionario 17 de octubre. A pesar de su juventud, ambos eran los responsables de su grupo. Una tarde de 1972 Racing jugaba contra Newell’s. No hizo falta ponerlo en palabras. Ambos buscaron la manera de levantar una reunión para poder sentarse a ver el partido. Mientras gritaban un gol de Daniel Onega, sus compañeros se quejaban de la actitud de ambos. Racing y Perón, un solo corazón.

La lucha armada fue motivo de largos debates entre Carlos y Alberto. Uno creía que no había otra salida, el otro no estaba de acuerdo. Igualmente no había discusión que los separara. Alberto ingresó en Montoneros. Pasó a la clandestinidad. Se veían poco. Llamaba a la casa de Boedo los viernes para decirles que se encontrarían en la cancha. El mástil del Cilindro de Avellaneda fue testigo de esos encuentros en el anonimato de la tribuna. A veces se encontraban en los alrededores del estadio. Otras dentro de la cancha. Cuando terminaba el partido, por seguridad, se despedían antes de salir y se iba cada uno por su lado.

En 1976 Alberto renunció a su trabajo. A pesar de la voracidad del aparato represivo de la dictadura, su compromiso era cada vez más fuerte. Había decidido que no había vuelta atrás. No importaba que las desapariciones explotaran cada vez más cerca. El 2 de diciembre de 1976 fue al banco donde trabajaba Carlos. Fue una sorpresa. No lo esperaba. Después fue a saludar a su sobrina, la hija de Carlos. Era una despedida. Ese mismo día, al volver al departamento que alquilaba en Once, fue emboscado por un grupo de tareas. Su madre, como cuenta Julián Scher en el libro, siguió pagando la cuota de Alberto durante años por si un día volvía.

Cuarenta y cinco años después Carlos Krug se acerca a los molinetes de la Puerta 3. Saca el carnet de Alberto del bolsillo izquierdo del jean. El molinete se destraba. Lo empujan entre los dos. Despacio. Con la calma de quien sabe que el tiempo está de su lado. Entran juntos. Una vez más. Como tantas veces la tribuna del Cilindro de Avellaneda los reúne. Quizás la noche anterior Carlos le haya contado a Alberto que un número 15 pelado llamado Lisandro se despediría al día siguiente. Y que juntos irían a decirle gracias. Quizás, pensándolo mejor, Alberto ya lo conocía. Como el mástil siempre había estado ahí viéndolo todo.

Carlos sufre por la falta de juego de Racing. Putea un poco. Le pregunto quién de los dos puteaba más. Me dice que ninguno de los dos, que en esa época no puteaban. Quizás sean recuerdos que mienten un poco. O quizás Carlos putea porque le resulta inconcebible que, en el día del regreso de Alberto, no sean capaces de regalarle un triunfo. A los quince minutos Lisandro es ovacionado por todo el estadio. En ese rumor enorme en el que el canto se hace viento y las tribunas se mueven al ritmo de los corazones, viven Alberto y los otros 45 socios eternos. Hay lágrimas. A veces las despedidas y los retornos llevan al mismo resultado: el llanto por la emoción que no entra en el cuerpo.

Antes de que el partido termine hay espacio para otra despedida. Darío Cvitanich entra a la cancha a jugar sus últimos minutos como futbolista de Racing. La hinchada tiene espacio para demostrar más amor. El tiempo con los futbolistas es cruel. El amor, en cambio, es eterno como Alberto y los treinta mil que siempre andan dando vueltas con nosotros, aunque a veces no nos demos cuenta.

El partido va a llegando su fin. Racing aguanta el triunfo como puede, mientras en las tribunas se preguntan ¿Cómo pueden durar tanto un par de minutos? Pero, al lado de Carlos, Alberto seguramente sonríe ¿Qué son un par de minutos para alguien que es eterno?

El silbatazo final retumba en los cuatro costados del Cilindro de Avellaneda. El mástil anota un triunfo más en su memoria. Cuarenta y cinco años después, diciembre trae una sensación nueva para Carlos Krug. El 2 de diciembre de 1976 Alberto fue secuestrado. El 7 de diciembre de 2021 Racing Club le otorgó la condición de Socio Eterno. El 11 de diciembre volvieron a estar juntos en la tribuna. “Siento que es un ciclo que se cierra. Después de esto no me queda nada más. Podría ser encontrar los restos, pero sé que es muy difícil. Por eso para mí esto es lo máximo. Alguno puede pensar que es una locura, pero Racing para nosotros es así. Más que esto – dice señalando el carnet – no puedo pedir”.


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