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LA MARAVILLA DE SARANDÍ

LA MARAVILLA DE SARANDÍ

La relación de Rodrigo de Paul con la selección argentina empezó en Francia. Todavía no era “motorcito” De Paul, sino que recién empezaba el jardín de infantes y era solamente Rodrigo. Un pibe más de los tantos que sueñan con jugar al fútbol. Transcurría el año 1998. La selección iba a disputar la decimosexta edición de la Copa del Mundo, con sede en el país de la Torre Eiffel. Rodrigo seguía de cerca a los jugadores que representaban al país. Cuando asumió la responsabilidad de defender los tres palos del Club Social y Deportivo Belgrano, no dudó en pedirle a su mamá la camiseta del arquero albiceleste. “Mamá quiero el buzo del Lechuga Roa”, recuerda su madre que le dijo días antes de un torneo en el club Germinal de Lanús. Ese no fue el único pedido: cuando vio que presentaban a los jugadores de cada equipo por micrófono, quiso que lo nombraran último y le dijeran Rodrigo “Lechuga” De Paul. Nombraron uno por uno a sus compañeros y cuando llegó su turno se adelantó unos pasos de la línea final, levantó los brazos y saludó al público que lo aplaudía. 

Primero fue “Maravilla” De Paul

El 24 de mayo de 1994 nació Rodrigo Javier De Paul en un hospital del barrio de Sarandí, una localidad de la zona sur de Avellaneda, Provincia de Buenos Aires. Limita al oeste con Gerli, al sur con Villa Domínico, al este está el Río de la Plata y al norte se encuentra con Dock Sud. Aserraderos, astilleros, fábricas alimenticias y textiles, talleres metalúrgicos pertenecen al paisaje de Avellaneda que desde 1914 es considerada la mayor ciudad industrial y obrera de la Argentina. Su puerto, en Dock Sud, es fundamental ya que es el segundo de mayor movimiento del país. Los libros de historia dicen que en esta ciudad se edificó uno de los motores económicos nacionales. En las páginas de los próximos libros que se escriban van a aclarar que no fue el único propulsor que surgió en la ciudad. 

Rodrigo vivía en Sarandí con su mamá, Mónica Ferraroti, quien quedó a cargo de la familia luego de divorciarse de Roberto de Paul, el padre, con quien el jugador casi no tuvo diálogo en su infancia. Es el más chico de tres hermanos: Damián es el mayor, Guido el del medio. Osvaldo de Paul es el abuelo paterno, que tuvo un rol importante en su vida como futbolista. A los 3 años empezó a jugar en el Club Social y Deportivo Belgrano, del que su mamá era tesorera.

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Es marzo y el calor arremete sobre las calles de Sarandí. Las cuadras sin luz se extienden a lo largo de Avellaneda. En la fachada del número 3286 de la Avenida Belgrano se lee Club S. y D. Belgrano con letras negras, espesas y firmes. Dos jóvenes están sentados en el marco de la ventana. Frena un auto color blanco y se apresuran para subirse. Al poner un pie en el interior, el buffet del Club recibe a quien lo visite con una cumbia sonando en los parlantes. 

El Club Social y Deportivo Belgrano se fundó el 21 de septiembre de 1942. Hace ochenta y un años que la cancha de fútbol es la pista principal del club bonaerense. Entre las cuatro paredes y debajo del techo de chapa se reúnen día a día cientos de niños y niñas que practican fútbol y patín, las dos actividades principales. “En fútbol infantil competimos en la Liga de Avellaneda, tenemos setenta chicos. La escuelita tiene alrededor de ochenta, en patín setenta y en fútbol femenino hay veinte chicas”, enumera Gastón.

Gastón oficia de protesorero en la Comisión Directiva. Dio sus primeros pasos en el club a los 5 años, cuando su padre estaba en la Comisión. “Siempre nos manejamos con toda la gente de acá. Ahora estoy yo, antes estaba mi papá y están los hijos de otros que estuvieron antes”. Aunque es dos categorías más grande que De Paul, compartió prácticas de fútbol infantil con él. “Rodrigo vivía acá a cinco cuadras”, sigue relatando al tiempo que mueve la mano hacia atrás como queriendo señalar algo. “Atrás del Coto”, aclara. Quienes son de Sarandí entienden que se refiere a unas torres frondosas color ladrillo que se levantan por detrás del supermercado. 

“Viene el hermano de él, Guido, categoría 93, a probarse. Yo entrenaba a la 92 del club. Atrás de Guido entra Rodrigo, con 4 años, categoría 94 y fue amor a primera vista”, contó Carlos Figuera en una entrevista para Infobae (2022). Carlos Figuera y Carlos Writh fueron los primeros entrenadores de baby fútbol de Rodrigo. 

El piso de cemento gris tiene estampada una cancha color azul con líneas blancas. El rectángulo del área está demarcado con líneas amarillas. Dos arcos completan el escenario. En uno de ellos empezó a jugar Rodrigo. Él veía a los hermanos, a los chicos entrenando y quería jugar. Pero no podía todavía. No había manera de hacerle entender que no podía hasta que al final se salió con la suya. Lo pusieron en la categoría 92, dos categorías más grandes, a jugar como arquero”, contó Mónica Ferrarotti para Infobae (2022). 

El short negro y blanco le cae por debajo de las rodillas, donde se junta con las rodilleras Procer y las medias altas blancas. Viste una remera manga larga con cuello en V, que se acomoda dentro de los pantalones; en las manos lleva unos guantes rojos y en los pies unos botines del mismo color. Es una foto de “Rodri” de cuando era arquero. El cuadro lo corona una pelota debajo de su pie derecho, la red del arco al fondo y los hoyuelos marcados en los cachetes que contienen una sonrisa. 

Cuando el deseo de pertenecer al club y ponerse los colores del equipo son más fuertes, no hay edad ni posición en la cancha que importe. Mónica, su mamá, cuenta que cuando se cansaba en el partido se apoyaba en uno de los palos del arco. Cuando el cansancio era mayor, se iba a las gradas donde se encontraba ella, para tomar una siesta a upa. Carlos, su entrenador, dice que tenían que frenar los partidos para que vaya al baño. Pero fue defendiendo los tres palos del Club Deportivo Belgrano que se ganó su primer apodo: Él es Rodrigo “Maravilla” De Paul. Porque era una maravilla verlo con 4 años como se bancaba los pelotazos”, afirma Carlos Figuera.

Hay quien enciende una chispa para marcar el camino

Pasaron los años. El pequeño Rodri que se bancaba los pelotazos pasó a ser un niño que gambeteaba toda la cancha. Cuenta Gastón que salía con la pelota desde el fondo, eludía a todo aquel que se le cruzara y llegaba al arco contrario. En los pasillos de los clubes de baby de Avellaneda comenzaron a escucharse voces que hablaban sobre sus cualidades técnicas. Los equipos rivales se lamentaban por tener que enfrentarse al niño que marcaba diez goles por partido. Los propios se quedaban a ver la categoría 94 para comprobar que los rumores eran ciertos. 

Cuando a un niño le atrae el arte de la redonda, cuando le gusta el sabor de llevarla pegada al botín, de derrotar a los rivales y ser alabado por los de su misma camiseta se dice que tiene lo que hace falta. Si de jugar al fútbol se trataba, tenía disciplina y constancia. Mónica recuerda que no tenía que luchar con él para que se despertara para entrenar. Parado en la cancha sos lo que sos y “ya desde chico tenía una chispita” dice Gastón. Una chispa que se encendía para pelear con referís y contrarios. “Siempre se llevaba una amarilla por protestar”, agrega su compañero del “Belgra”. “Es una persona de carácter muy fuerte, peleaba todo. Él quería ganar”, recuerda Carlos, su entrenador. 

La palabra calentón tiene dos acepciones. Persona que se enoja con facilidad; y calentamiento brusco e intenso, especialmente de un motor. Desde pequeño Rodrigo expuso la doble cara del jugador de fútbol que iba a ser. El espectáculo era suyo. Recuerdan en Belgrano que ensayaba coreografías de canciones de la época para que bailaran quienes estaban en la tribuna después de algún gol. Raúl Garrandés, que trabajaba en las preinfantiles de Racing rememora: Terminaba el entrenamiento y antes de que lo vinieran a buscar iba al buffet y se ponía a jugar con los señores mayores a las cartas o al dominó”. Además, durante los viajes al interior del país, las familias querían alojarlo por su simpatía. 

A Rodrigo le sobraba fuego. Fue una chispa que se encendió para inyectar energía en cada grupo del que formó parte. En el Club Social y Deportivo Belgrano, donde conoció el fútbol, tuvo sus primeros compañeros de equipo, de prácticas y empezó a forjar su historia en el deporte. De sus inicios en Racing Club recuerdan que tenía una sonrisa picarona y vivaz; en la selección argentina, cuando logró romper el hielo con Lionel Messi allá por el 2019. La chispa que fue desparramando en cada lugar al que perteneció le dio vida a su apodo definitivo: el “Motorcito”. 

Hay que vivirlo para sentirlo

“Este club es una familia entera”, dijo. Los murmullos de las conversaciones del pasillo del Belgra se amplificaron. De pronto todas las personas que estaban ahí se pusieron a hablar en voz alta como para demostrar que lo que sentenció Gastón era cierto. Le dio una pitada a su cigarrillo. Miró cómo se iba haciendo ceniza, luego se miró los pies y continuó: “Somos todos uno”. El buffet es el otro punto de encuentro. Los parlantes están siempre encendidos, una cumbia o un rock se convierte en la banda sonora de quienes que habitan el club. Todas las tardes se llena de gente, como los andenes de la estación Sarandí por la mañana. En alguna mesa podés verlo sentado a Iván Marcone, presidente del Club S. y D. Belgrano. 

El centrocampista jugó en Arsenal, Lanús, Cruz Azul de México, Boca Juniors, Elche de España e Independiente de Avellaneda. Sin embargo, su sueño siempre fue conducir el club en el que se inició en baby fútbol, el mismo lugar que Rodrigo De Paul. Tiene una presencia permanente en Belgrano, ya sea como entrenador de categorías de baby o ayudando a los niños con el estudio. “Me encantaría devolverle al club un poco de lo que me dio”, dijo el jugador en una entrevista para Olé (2019). 

El club del barrio se vuelve tu espacio de pertenencia. Una escuela de valores que te acompaña toda la vida. Es donde conociste lo que te apasiona. “Acá a los chicos los ves felices, no están en la calle. Acá se sienten cómodos. Sabemos que la educación está en la casa, pero nosotros también de alguna manera los educamos”, reflexiona Gastón. Lo dice por experiencia propia.  Cuando eso pasa, querer restituir un tanto de lo dado se mantiene presente toda la vida. “Siempre que puede viene. Llama y te dice vamos a armar un partidito, un asado y nos juntamos los de siempre”, cuenta Gastón sobre el 7 de la Selección. El mismo que invitó a cincuenta integrantes del Deportivo Belgrano al Monumental a presenciar un partido por las Eliminatorias Qatar 2022 de la Selección Argentina contra Uruguay y les dedicó un gol. 

En este barrio nació un campeón, sentencian orgullosas las paredes de Sarandí. En este club creció Rodrigo De Paul, se escucha decir a quienes visten los colores de Deportivo Belgrano. El murmullo en los pasillos de Avellaneda sobre el maravilloso niño que jugaba a la pelota ahora es el runrún de un motor que se escucha en todos los rincones del país. 

Este texto forma parte de «Semilleros, la historia de los campeones del mundo en sus clubes de barrio», conseguilo acá.


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Autor

  • Loli Insua

    Licenciada en Comunicación Social de la UBA. Tiene una diplomatura en Género y Deporte de la Facultad de Ciencias Sociales UBA. Se dedica a la comunicación digital y a la generación de contenidos. Realiza colaboraciones periodísticas en temas de deporte, cultura y géneros. Forma parte del Departamento de Cultura e Historia de Racing Club. Le apasiona la radio. Piensa siempre con una mirada inclusiva.