DEPORTE E INTERCULTURALIDAD
Experiencias deportivas en la salteña localidad de Pichanal
Nacido como idea para acercarse a los pueblos wichi que habitan la zona rural de Pichanal, promotores deportivos comunitarios pudieron vincularse a través del juego y la recreación, construyendo lazos de hermandad colectiva.
Betiana Del Valle Ramón vive en Pichanal y es integrante del Movimiento Evita. Milita en la organización realizando múltiples tareas. Tiempo atrás llegó hasta cuarto año del Profesorado de Educación Física, el cual tuvo que abandonar por cuestiones de trabajo y de problemáticas propias de la vida.
Sin embargo, en ella sigue prendida la llama del deporte, herramienta que considera de gran importancia a la hora de buscar un articulador de vinculación social con y entre las comunidades.
Acercarse y ser parte
Junto a un grupo de compañeros comenzaron a observar en la comunidad wichi “El Algarrobal”, periférica a la localidad de Pichanal, la posibilidad de acercarse para dar contención a la gran cantidad de niños y niñas que habitan la zona con múltiples necesidades, tanto materiales como sociales.
“Habíamos ido alguna vez y nos dimos cuenta que había mucha necesidad, no solo en la parte deportiva, sino en la salud, educación” comenta Betiana y agrega “Nosotros creíamos que era posible llevar un espacio recreativo del Movimiento Evita allá. Así que me acerque a la comunidad con mi grupo de trabajo y confirmamos que había muchos chicos. Volví y planteé a mis referentes la necesidad de organizar la actividad en conjunto con compañeros del espacio de deporte”.
Betiana comenta como fueron los primeros momentos de acercamiento y sensibilización para entablar el vínculo con niños, familia y comunidad “Mis compañeras hicieron un festejo para los niños. Llevaron pelotero y distintos juegos. En ese momento me di cuenta que se podía y que había que volver. Hablé con el cacique, me presenté contándole lo que queríamos hacer en relación al deporte con los chicos. Le pregunté si le gustaba la idea, le expliqué que era sin lucro y que era solamente para los chicos. Al principio sentía que desconfiaba de lo que le decíamos, pero empezamos a ir y de a poco eso fue cambiando”.
El deporte como vínculo de confianza
“Yo soy de una comunidad ava-Guaraní, entonces también teníamos que conocernos en nuestras diferentes formas de ser. El primer día que fuimos nos sentamos en una placita esperando que los niños se acerquen…”. Recuerda Del Valle que los niños poco a poco fueron acercándose, generando confianza con las personas y la propuesta “Tengo presente que los seis compañeros que llegamos hasta la comunidad dijimos ‘aquí tenemos que estar’. Y así fue”.
“Al principio no teníamos muchos elementos deportivos, pero igual empezamos de a poquito. Los chicos con el trato que le dábamos se sentían bien.” recuerda con gratitud Betiana y suma al relato una semblanza de la construcción lenta pero constante que se fue dando “Un día llevamos una pelota y vinieron cinco chicos. Otro día llevamos dos y aparecieron algunos más… y así empezó la propuesta y se agrandó”.
“Para los chicos fue muy importante porque nunca nadie había ido ahí. Entonces al ser nosotros los primeros como grupo, el espacio se lo fueron adueñando. Hoy ya es de ellos”, remarca con gratitud.
La interculturalidad se manifiesta en el mismo acto de compartir los espacios deportivos y recreativos que los docentes proponen. Una escucha atenta, tiempos y miradas respetuosas, fueron un factor clave para afianzar el vínculo entre diferentes formas de ver y entender el mundo: “La conjunción de identidades y la articulación, se da porque somos muy respetuosos entre las culturas. Yo soy ava-guaraní, ellos son wichi pero también hay gente qom y criolla. Así que estos espacios deportivos, recreativos, muestran que en un punto, no existen las diferencias. Siempre le cuento a los chicos que a veces hasta sin querer nos vamos formando y la base es el respeto, por eso podemos trabajar entre comunidades diferentes”.
Mirando al horizonte
Los proyectos siguen brotando como usina de creatividad manifiesta en las y los promotores deportivos pichanalenses.
“Hace medio año que vamos a la comunidad “El algarrobal”, pero también hay otra comunidad que se llama “Jesus de Nazareth”. Ahí también estamos de a poco acercándonos para armar un nuevo espacio deportivo. En este momento estamos coordinando para ir todos los días de la semana. Por suerte nos pasa que hay muchos compañeros que cuando contamos la experiencia y la van conociendo, se quieren sumar para trabajar con los chicos”, comenta Betiana con la certeza de saber que el proyecto cada vez se agranda más.
“Si hay algo que tenemos claro es que queremos generar espacios deportivos para que los chicos tengan su lugar, se sientan identificados, y se los vayan apropiando. Es muy gratificante la actividad porque conocemos mucha gente que nos acompaña porque saben cómo trabajamos, sabe de la manera que lo hacemos”, cuenta la promotora.
Esta relación de confianza con la comunidad permite al mismo tiempo atender diversas problemáticas que surgen a través del contacto inicial relacionado al deporte “En esta zona es muy complicado el tema de la desnutrición en los chicos. Entonces la actividad que hacemos va más allá, ya que de repente vemos chicos de 13 o 14 años con bajo peso. Entonces también es parte de la tarea pensar como llevar un arroz con leche, un anchi. Porque nosotros los hacemos hacer actividad física y no tienen para comer… Creemos que la salud y el bienestar van juntos, todo hace a lo humano, y el deporte es una manera de llegar y transformar”.
Objetivos a largo plazo tampoco faltan. Betiana y su grupo apuestan a más “Como gran objetivo, tenemos la idea de proponer una escuela de deportes donde se den las actividades que ya hacemos: voley, fútbol y recreación, pero también queremos incluir el atletismo y las actividades relacionadas con las experiencias de campamento”.
Desde el norte profundo y tantas veces olvidado, desde el interior del interior, surgen propuestas que resultan necesarias relatarlas con el fin de darles el valor y la visibilidad que merecen.