EL ODIO SERIAL, DE LAS BOMBAS AL GATILLO
Odian a los pobres, a los humildes. Odian a los cartoneros y a los “planeros”. Odian cualquier forma de organización social, odian lo comunitario. Odian los barrios populares a tal punto que ni se atreven a entrar.
Odian a las personas que salen a manifestarse, odian los micros en la 9 de julio, odian el edificio del Ministerio de Desarrollo Social. Odian al peronismo. Odian a Perón, a Evita, a Néstor y a Cristina. Odian “caer” en la educación pública. Odian la salud pública y las fiestas populares. Odian a los Curas villeros y a los trabajadores y trabajadoras estatales.
Odian a los y las referentes sociales. Odian las calles de tierra y el olor de la olla popular. Odian la política. Odian las asambleas en los barrios. Odian el concepto de compañero y compañera. Odian el feminismo y más odian a las feministas. Odian los locales de los movimientos sociales y las unidades básicas. Odian la organización sindical. Odian la ampliación de derechos. Odian las parrillas con los chori humeantes y ya desfasados en décadas, odian los parripollos, y se jactan de haber “secuestrado” seis.
Odian las expresiones de izquierda y para ellos un zurdito es alguien que no se baña. Odian el arte popular. Odian a los pibes con gorrita. Odian la casa de Gobierno con un peronista o una peronista adentro.
Odian que a los que menos tienen el Estado los ayude a salir de la mala. Odian a los jóvenes que empiezan a militar, odian la militancia misma, odian que los pibes y pibas tengan su propia computadora si no hicieron los “méritos” suficientes para tenerla. Odian las miradas diferentes, odian la diversidad, odiaron el divorcio en su momento y la ley de matrimonio igualitario, odian que algunos puedan jubilarse con la mínima sin haber tenido los años de aportes, odian que en los colegios secundarios existan los centros de estudiantes y odian a los que hablan con alguna dificultad o escriben con algún error ortográfico.
Componen el amplio y diverso espectro de la derecha argentina. De la más extrema, represora y fascista a su versión más anti política. De la oligarquía a los conservadores. De los partidarios de que vuelvan los milicos a los liberales que sueñan con una democracia como existe en otros países occidentales y cristianos. De los nuevos referentes anti-Estado hasta sus representantes más xenófobos. Odian nuestra historia y nuestro sentir nacional y popular.
Recorren los estudios de televisión todos los días, son parte del panelismo político antiperonista y manifiestan abiertamente que son ellos o nosotros.
Nada de esto es nuevo.
El 16 de junio de 1955, tan poco presente en nuestra historia, bombardearon la casa de gobierno para terminar con el gobierno peronista. Para matar a Perón. Para extirparlo para siempre. De la mano de los golpistas, Buenos Aires fue la primera capital de Sudamérica en ser bombardeada desde el aire por sus propias fuerzas armadas.
Hace 67 años, en el mismo lugar donde el viernes pasado hubo cientos de miles de personas repudiando el intento de asesinato a la Vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, caían bombas de los aviones militares para matar peronistas y terminar con un proyecto popular.
El odio es visceral. Se les nota en cada comentario, en cada palabra mediática y cada alegato fabulado, se les nota en la cara apenas se enciende una cámara o un micrófono. Se les hincha la vena al hablar. Es una cuestión de piel, hay que decirlo: detestan al peronismo. Quieren sentar a sus líderes en la silla eléctrica o colgarlos de esas horcas que llevaron a las manifestaciones en Plaza de Mayo.
Ya lo dijo el diputado por el PRO, Francisco Sanchez, de la provincia de Neuquén: «12 años por robar impunemente es casi nada. El año pasado presenté un proyecto para que este tipo de delitos sean considerados traición a la patria. Merecen la pena de muerte, no una liviana prisión domiciliaria»”.
Hay que matar a “la yegua” vienen repitiendo en todos los canales, una cadena oficial de un discurso fascista que se repite de la mañana a la noche, donde cambian las voces y los intérpretes, pero la letra es la misma: “no hay que ganarle al peronismo, hay que hacerlo desaparecer”. Así, textual, sin metáforas. Igual que el plan de exterminio que llevó adelante la última dictadura cívico-eclesiástica-militar, a la que muchos de ellos y ellas reivindican.
Por eso la bala que no salió de la pistola Bersa puede ser algo inesperado para estos tiempos de democracia, pero no es algo extraordinario. Tampoco es algo que se construyó en un par de meses desde un canal de televisión, o dos. Es mucho más que eso. Llevan años odiando y ese odio es mucho más que un discurso, es un dispositivo que se manifiesta en diversas prácticas que naturalizan desigualdades y operan sobre los comportamientos sociales; es, además, parte de una política de exterminio que se ha manifestado a lo largo de nuestra historia con diversos matices; en algunos momentos con sus picos de violencia genocida, en otros, disfrazados de demócratas, cuando intentaron bajar los decibeles y levantar las banderas de la paz y la convivencia democrática.
No les creo.
Ya no pueden seguir disfrazando el discurso, porque les brota por los poros: odian a Cristina (que encima vive en el barrio de Recoleta), como odiaron y siguen odiando a Néstor (que ni siquiera estaba en el cajón). Uno ya no está y a la otra la quieren matar de un tiro en la cabeza. No es de ahora, son los mismos que escribieron “viva el cáncer”. Históricamente, la derecha argentina hizo del odio su principal herramienta política.
Ya a esta altura es casi infantil pedirles algún imperativo ético o alguna manifestación humanitaria, pero sepan que no los vamos a dejar avanzar.
Y quieran o no, les guste o no, en esta primavera, seguirán floreciendo mil flores. La de la libertad, la de la justicia social, la de la transformación social, la de la verdad, la de la justicia, la de la memoria, la de la lucha colectiva, la de la lucha en las calles, la de los derechos para todos y todas, la de la igualdad.
No es sólo con amor que se debe enfrentar al odio. Es necesario una construcción colectiva de cientos de miles que, con conciencia política y soberana, no solo pueda desafectar esos focos violentos, sino que, además, siga de pie, luchando por un mundo mejor.