EL PENAL DEL TÍO INFANTE
Mientras su hijo del medio rezaba rezos que no había aprendido nunca, mientras su vecino de arriba le prometía al viento que jamás cedería a la tentación de ejercer la envidia, mientras su esposa les rogaba ayudas a sus abuelas muy muertas, mientras el sol se afligía y desertaba de su tarea de iluminar, mientras Gonzalo Montiel marchaba desde el nudo del campo hacia la gloria o hacia la nada, mientras los relojes se aquietaban hasta extraviar su viejo hábito de ir de un segundo a otro, mientras un Juan enamorado de Diana no recordaba la existencia de Diana y mientras una Diana enamorada de Juan se preguntaba si Juan podría sobrevivir a la inmensidad de ese momento, mientras Lionel Messi parecía un muchacho corriente y temía que el fútbol se convirtiera en un disgusto pero a la vez se encandilaba como quien intuye que si abre los ojos verá el mar, mientras el presente latía como puro presente porque el pasado se esfumaba y el futuro también, mientras Montiel, Montiel, Montiel continuaba su marcha hacia la gloria o hacia la nada sin que la actuación encantadora de la Selección frente a Francia o las virtudes inoportunas de Mbappé para Francia importaran un carajo en esa fugacidad del devenir humano, mientras una bandera patria temblaba en un balcón cualquiera con la foto del Diego en el centro de los centros, el Tío Infante tomó carrera hasta la puerta de su departamento de tres ambientes, bajó las escaleras con la calma de aquellos que sólo necesitan comprar un kilo de mandarinas para acceder a la plenitud, dio cinco pasos en las baldosas despobladas de su barrio, pensó que ni nadie ni Montiel debía sentirse solo en los episodios límites, pensó que Montiel era Montiel y mucho más que Montiel, pensó en los pastos que en todas sus edades le habían concedido la posibilidad de aprender que la esperanza puede ser una pelota que rueda, pensó que es bueno que una final se vuelva realidad pero que es mejor que siempre sea un sueño, pensó en Montiel y dijo «vamos Montiel, vamos Montiel, vamos Montiel», acarició con la memoria la mano caliente de su papá cuando entraban a un estadio en un domingo que era radiante porque era de cancha y era con su papá, agarró la tapita de una gaseosa abandonada en la calle, la apoyó a un metro y medio de su pie derecho, enfocó hacia los dos árboles que se erguían en la vereda de enfrente como si un jardinero los hubiera dispuesto para formar un arquito, supuso convencido que ese jardinero andaría con el aire entrecortado mirando y mirando a Montiel, se llenó el entrecejo de toda la concentración de la Tierra, se comprometió con los mandatos de sus ancestros y con el destino de sus nietos, se acarició con las manos antiguas sus muslos igual de antiguos, escupió un beso de amor rumbo al cielo y otro idéntico camino del suelo, se persignó en cristiano, se confesó judío, se respiró musulmán, se sintió hombre y mujer y lo que fuera, se advirtió universal, pronunció y reiteró y reiteró y reiteró «vamos Montiel, vamos Montiel, vamos Montiel», sacó un zapatazo certero y mandó la tapita al lado de uno de los árboles de la vereda de enfrente.
Cuando acabó todo eso, el Tío Infante gritó gol.
Gritó tanto, justo en ese instante, como Montiel.
Gritó tanto, justo en ese instante, como Messi.
Gritó tanto, quien sabe, como el Diego.
Gritó tanto, quien sabe, como el planeta.
Gritó tanto, seguro, justo en ese instante, como las voces que gritaban a su lado y en cada lado, las voces que no lo aturdían y sí lo acurrucaban, las voces que no traían un ruido y sí un baile, las voces que celebraban su penal que era el penal de Montiel y era el penal de la historia y era el penal de la Argentina, las voces que lo invitaban a paladear un maridaje de chocolates y vinos o a conjeturar que ese día resultaba un buen día para que por fin se mezclaran el aceite y el agua, las voces que lo acompañaron en la ruta de retorno a su departamento de tres ambientes al que ingresó para ver cómo su esposa ahora le hablaba de penales inolvidables y le lloraba lágrimas qataríes a sus abuelas muy muertas, y cómo su hijo del medio rezaba nuevos rezos desconocidos saltando aferrado al vecino de arriba, y como el sol, aliviado, de nuevo iluminaba y mucho.
El Tío Infante no volvió ni volverá a patear un penal en su vida.
Para qué si ya era campeón del mundo.