LA PRIMERA VEZ QUE TE VÍ
La televisión en colores llegó a Uruguay en 1980, pero en mi casa vimos toda la programación en blanco y negro hasta 1986. Concretamente, hasta junio de ese año, cuando el Mundial de México se convirtió en la ocasión propicia: Uruguay volvía a las Copas del Mundo después de haber estado ausente en Argentina ’78 y España ’82, por lo que la inversión estaba más que justificada. Creo que lo primero que se vio en ese televisor fue un capítulo de Cristal, aquella telenovela venezolana protagonizada por Carlos Mata y Jeannette Rodríguez. Yo estaba por ver a Uruguay por primera vez en un Mundial y por gritar el gol de Alzamendi contra los alemanes. Y también, aquel fútbol tenía guardada la expresión más gráfica de un jugador que se la hacía ver en colores a los rivales.
Ese 22 de junio de 1986, hacía seis días que Argentina había eliminado a Uruguay. Yo ya había visto al 10 de Argentina sobrevivir a los karatekas coreanos, hacerles un gol que parecía bastante cercano a lo imposible a los italianos y ser absolutamente imparable contra los búlgaros. Había oído sobre Maradona, pero en esos días lo estaba viendo seguido. Y ya sabemos lo que pasaba cuando uno lo veía, como dice la canción que cantan los napolitanos. Sentado en el suelo, al lado de la tele, mis 9 años no me permitían tener una idea de que a la cancha del Azteca había entrado un hombre y un rato más tarde iba a salir un Dios. Sin embargo, tuve desde el instante inmediatamente posterior al segundo gol la sensación de que acababa de ver algo inusual. O quizás desde el momento en el que dejó el tendal de ingleses y pudo tocar para Burruchaga, no sé.
No me acuerdo qué dijo mi viejo, sentado en el sillón. Sin embargo, de lo que vi me acuerdo como si estuviera pasando en este momento. Tampoco tenía claro lo que había pasado en Malvinas y lo que significaba ese partido para los argentinos, eso lo aprendí después. También gracias a Diego aprendí después que ese día no solo se vivió con alegría deportiva o belleza estética, sino con sentido de la justicia y de reivindicación por unos pibes que muchos años después iban a estar en otra canción. Con Diego, claro. Siempre con Diego. No había que ser argentino ni estar en Argentina para aprender sobre identidad nacional con él en los Mundiales, al mismo tiempo que la identidad maradoniana se afianzaba. Bastaba saber interpretar cómo entendía el fútbol, su vínculo con la pelota y con la camiseta de su país al mismo tiempo que se volvía cada vez más universal. Porque hay una nación maradoniana, eso lo sabemos algunos.
Como en aquel 22 de junio en Uruguay, siempre estuvo Diego en la tele, en mi tele. Fue en esa misma pantalla donde cuatro años después lo vi enojarse porque le silbaban el himno y puteaba bajo el propio cielo de un verano italiano. Eran épocas en las que un televisor podía tener el privilegio de durar dos Mundiales. Y fue en otra tele, la del bar Hispano, donde en 1994 vi el gol a los griegos que grité enloquecido mientras todo el mundo me miraba sin entender nada. ¿Cómo no iba a gritar un gol de Diego? Si yo era hincha suyo. Si unos días después me tuve que ir escuchando en el walkman los últimos minutos del partido con Nigeria, extasiado por lo que había jugado y lloré de bronca después, cuando le cortaron las piernas. ¿Qué me iban a hablar de amor?
Hace poco estuve en Buenos Aires y Diego sigue estando en todos lados. Nunca, desde el día en que se volvió inmortal, ha dejado de estar presente. No hacía falta estar ahí para comprobarlo, pero casi sin querer me encontré buscando otra cosa y quedándome embobado con una pequeña tele de madera, de esas con las antenas arriba como la que se estrenó en mi casa en junio de 1986. Adentro, con los rulos tapándole los ojos, una representación de un Diego joven, el Pelusa, con la camiseta albiceleste y la tribuna llena a sus espaldas. No lo pensé en el momento de comprarla, pero ese objeto simboliza para mí muchas cosas. De alguna forma, es un recordatorio de que siempre estuvo Diego en la tele, en mi tele. Viendo la película “Héroes”, el fútbol italiano, el español, el argentino, los Mundiales, Ritmo de la Noche, El Equipo de Primera, La Noche del 10, Mediodía con Mauro o Mar de Fondo.
Siempre voy a recordar que el 22 de junio de 1986, en una tele en la que había que pararse para cambiar de canal porque no tenía control remoto, pude descubrir qué colores tenía el arte cuando se disfrazaba de fútbol y un tipo iba pintando sobre un lienzo verde la jugada de todos los tiempos. Hubiese sido injusto, demasiado, haber tenido que ver eso en blanco negro como había visto al fútbol y a todo lo que pasaba en la televisión hasta hacía sólo unos pocos días.
A partir de ahí, siempre Maradona, como dijo un uruguayo antes de exclamar que lo que acabábamos de ver era para llorar y que lo perdonáramos por el –a su entender– exabrupto. Imperfecto y tan humano como puede serlo un Dios, según dijo otro uruguayo. Arquetipo de muchas cosas, por pasional y sincero. Brindándose entero por su bandera, con conciencia de clase y más amigo de la pelota que nadie. Y eterno, como en la tele de la casa de mi infancia y como en la tele de madera que reposa en mi biblioteca, en la que volverá a jugar una y otra vez.
La primera vez que te vi
la vida era anuncios de neón
el pulso sonreía sin dormir
Escamas doradas del río
quiero volver en un sueño
a la primera vez que te vi
Buitres. “La primera vez”