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JUGAR AL FÚTBOL EN LA PUNA SALTEÑA

JUGAR AL FÚTBOL EN LA PUNA SALTEÑA

Lejos de los grandes estadios, el césped y las líneas de cal, pero con la misma pasión e intensidad que en las grandes ciudades, se juega al futbol en la puna salteña. En condiciones que muchas veces resultan insólitas, practicando un deporte que bordea los límites de lo conocido, a través de la mirada de Milagro Dominguez, gran jugador en las altiplanicies, nos adentramos a vivir el amor por la redonda en aquellas tierras.

Milagro tiene 44 años y es oriundo de la comunidad Kolla de Cuesta Azul. Gran conocedor de la zona, forma parte de la Asociación de Comunidades Aborígenes de Nazareno, localidad ubicada en el extremo noroeste de la provincia de Salta. Por aquellos cerros, que superan ampliamente los 3000 metros sobre el nivel del mar, caminó y camina visitando comunidades.

Sin embargo, Milagro es también conocido en la zona por ser un rápido y habilidoso numero 7. Desde los 14 años juega en diferentes torneos de la zona, y aunque no quiere presumir y compararse con los astros del fútbol mundial, reconoce que desde chico lo venían a buscar para jugar en los torneos de adultos.

La charla futbolera va tomando color, y poco a poco las historias comienzan a desarrollarse con la pelota como guía en medio de una travesía por las alturas del norte argentino.

ESTADIOS PUNEÑOS

Pensar en canchas que no sean parejas de principio a fin, podría suponer un impedimento para desarrollar la práctica deportiva. Aquel terreno no sería apto para jugar al futbol, o al menos nadie quisiera hacerlo en él. Sin embargo, en los estadios de la altura salteña, esta pareciera ser la regla.

“Hay canchas que están muy inclinadas. En la comunidad de Kelloticar, había una cancha muy inclinada, nadie quería jugar ahí. Después la abandonaron y construyeron otra pero no quedo mucho mejor, es más plana pero tiene unas piedras enormes en el medio. Cuando vas jugando tenes que sortearlas porque no podés pasar”, comienza Milagro Dominguez su relato apasionado. “Y como la comunidad de Kelloticar es bastante inclinada, para hacer que la cancha nueva esté más plana, tuvieron que hacer una pirca gigante. Sobre un lado. Entonces cuando los jugadores van del lado de la pirca, tienen que tener cuidado, porque si te salís de la cancha, tenés que saltar un muro y hay 20 de metros para abajo. No se puede tomar velocidad por ese lado porque si te tropezás, te vas para abajo”.

Las canchas inclinadas son bastante típicas en los pueblos de la puna. Encontrar una superficie totalmente plana para trazar una cancha de futbol en pueblos que se encuentran entre cerros, resulta una tarea por lo menos compleja. Inclusive, existen otro tipo de accidentes geográficos en estos estadios: “En la comunidad de El Milagro la cancha tiene una elevación en el medio. El arquero desde un arco solamente ve el travesaño del otro arco”. Pareciera ser que el milagro es lograr jugar al futbol allí, porque aparte de esta elevación central “es una cancha bastante pedregosa, tiene lajas cortantes y filosas. Así que hay que tener cuidado porque si te caes te cortas las piernas, las rodillas”.

Demás está aclarar que con alturas que rebasan los 3000 metros sobre el nivel del mar, ninguna de las canchas tiene pasto, son todas de tierra. Inclusive, cuenta Milagro, la cancha del pueblo de Campo de la cruz “es bastante arenosa y de mucha piedrita. Es muy difícil jugar ahí porque es como jugar en una cancha de arena”.

Otra característica es el arribo a los estadios. Lejos de las autopistas y los micros de primer nivel, para llegar a algunas canchas de la puna salteña, se tienen que realizar largas caminatas y travesías varias. Bordear el lecho de un rio durante horas, para luego trepar la montaña. Este es el caso del estadio del pueblo de Vizcarra, que se encuentra a 4200 metros sobre el nivel del mar. “Una vez llegamos con neblina, no se veía el camino. Y era tanto el frio que juntamos estiércol de vaca, burro y armamos una fogata. Mientras estaba parado el partido había que estar al lado de la fogata porque era un frio impresionante”, cuenta Domínguez.

Sorteando todos los manuales y libretos aprobados por la FIFA, existen varios estadios en la altiplanicie salteña en donde se puede jugar con “autopases”. Uno de ellos es el caso de la cancha de Abra del Sauce, donde resulta muy difícil ganarle al local por la habilidad adquirida al entrenar todos los días allí y saber jugar tocando de primera contra uno de los paredones naturales.

Sin embargo, esto parece poco al lado del estadio en la comunidad de Pabellón. En palabras de Milagro “Es una cancha bastante pequeña pero que tiene como un pozo, una inclinación en el medio, hacia adentro. Entonces uno puede ir jugando y haciéndose autopases por los dos lados. En las canchas inclinadas uno se puede hacer un autopase por un lado, pero en la cancha de Pabellón, uno se puede dar pases por los dos lados. Es una cancha de formación cóncava”.

El relato de Milagro pareciera no dejar nunca de sorprender. Una anécdota supera a la otra. De hecho, la cancha de su comunidad, tiene una llamativa singularidad: “La cancha de Cuesta Azul está construida sobre un antigal. En otro tiempo, hace 15 años atrás, estaba marcada bien al borde de una ladera y con la intención de hacerla más grande, y que no quede tan pegada al cerro, cavaron y construyeron la cancha sobre un antigal. Hoy, cuando uno va y juega, capaz te encontrás puntas de flechas o partes de collares. Incluso en la cancha todavía hay una partecita que se la tapa con una piedra tipo laja, porque queda una urna funeraria que está a la vista. Entonces para jugar al futbol tenés que tapar esa urna y jugar. Es bastante particular”.

LA PELOTA NO SE MANCHA, PERO SE PIERDE

Que no hay futbol sin pelota, pareciera ser una obviedad. Sin embargo, cuando jugamos entre cerros y quebradas, la pelota se convierte en un objeto aún más preciado.

Las historias de pelotas extraviadas, durante mucho tiempo o para siempre, son una constante y un dolor de cabeza para los jugadores de aquellas tierras.

Por poner algunos ejemplos: en la cancha de la comunidad de Cuesta Azul, “si la pelota se pierde por un costado, se va por lo menos 20 minutos hacia abajo. Hay que tener un par de pelotas porque si no, no podés jugar”. El habilidoso numero 7 también relata la particularidad de la cancha en la comunidad de Vizcarra “es una cancha muy arriba del cerro y también es bastante inclinada. Así que hay que tener mucho cuidado con las pelotas porque en ese caso, si se te va la pelota, no la recuperas. A lo sumo la podés recuperar al día siguiente, pero no en ese momento”.

Los recuerdos de Milagro se acentúan, y hablando de pelotas perdidas, aparece una nueva anécdota: “Cuando era más chango fuimos a jugar un partido que le decíamos «de frente a frente», y es cuando una comunidad se enfrenta con otra. Se jugaban 2 partidos, la grande y la chica.

La chica podía salir empate y no pasaba nada. Pero a la grande había que definirla sí o sí.

Me acuerdo que fuimos a jugar a Vizcarra y ganamos la chica, pero se nos fue una pelota. Empezamos a jugar la grande y cerca de terminar el primer tiempo, yo hice un gol… y se fue la pelota. Y bueno, no había más pelotas. ¡Pero nosotros íbamos ganando! ahí tuvimos problemas con la comunidad porque nos dijeron ‘ustedes han tirado la pelota, ustedes tienen la culpa de no terminar el partido, así que dejamos como si nadie hubiese ganado’, entonces nosotros le decíamos que no, que nosotros íbamos ganando, que si se va la pelota, se va la pelota, que nos tenían que dar el partido como ganado. Discutimos bastante. Al final nos dieron el partido como ganado. Pero cuando un equipo va a visitar una comunidad, generalmente después el equipo local lo recibe, le brinda alojamiento, o se hace una fiesta. En este caso se enojaron tanto que nos corrieron de la comunidad y nos tuvimos que ir. Había que caminar cuatro horas para volver. Toda una historia aquel día”.

BOTINES Y OTROS CUENTOS

“Hasta hace 10 años atrás no se veía la indumentaria completa de ningún equipo, solo se veía la camiseta. Después cada uno jugaba con lo que podía. Un gran tema siempre fue el calzado. Es común jugar con zapatillas prestadas, porque la situación económica no da como para comprar botines que son bastante caros. Entonces jugas con lo que podes”, recuerda Milagro de sus días como centro-delantero.

Lejos de la utileria con ropa de cambio y botines por doquier, en la altura de la puna, las ganas de jugar al futbol siempre están por delante de cualquier tipo de indumentaria.

Si bien los tiempos fueron cambiando y tanto botines como ropa pensada para la práctica deportiva fueron apareciendo en las comunidades, los recuerdos no resultan lejanos de las diversas maneras de ingeniárselas a la hora de patear la redonda. “Me contaba la gente más grande que, hasta hace 20 o 30 años, no había botines ni zapatillas, se jugaba con ojotas. La ojota que la misma gente fabrica con los neumáticos de los vehículos. Mi papá jugaba en ojotas, y tengo el recuerdo que ganó un torneo de habilidades futbolísticas en la comunidad de Rodeo Colorado pateando en ojotas. ¡Era lo que había! Inclusive yo he jugado alguna vez con las botas que usan los cañeros, que son botas con punta de acero. No tenía con que jugar y me puse a jugar con esas botas. Tenía que tener cuidado de no pegarle a nadie porque lo quebraba. Incluso más de uno jugaba descalzo. Acá se juega como se puede”.

En el pueblo hay que darse maña con las inclemencias que el futbol trae aparejado. Por ejemplo, cuando comenzaron a llegar los botines, no había zapatero que lo remiende. Por eso mismo, los jugadores fueron convirtiéndose en artesanos de su uniforme, cuidando como un tesoro el calzado que habían podido conseguir.

Milagro recuerda que los primeros botines que fueron llegando a las comunidades eran los famosos “Sacachispas”, toda una revolución para el deporte amateur.

Domínguez cuenta que aprendió bastante del oficio de zapatero con tal de resguardar aquellos preciados botines. Inclusive “una vuelta he armado unos excelentes botines con dos diferentes. A mi papá, un maestro que iba a trabajar a la comunidad, le había regalado unos botines Adidas con los tapones cambiables. Con el tiempo se gastaron y se arruinaron los tornillos y no se pudo cambiar más. Además no se conseguían los tapones. Así que quedaron los botines lisos. Por otro lado, un tío tenía unos botines Sportlandia que se les había roto el cuero, ¡pero tenía el cuero de los Adidas! Así que agarré el cuero de uno y lo puse en la suela del otro. Los hice yo y me quedaron unos botines espectaculares. Jugué como dos o tres años con esos. Cuero Adidas y suela Sportlandia”.

EL FUTBOL COMO ENCUENTRO

Donde ruede una pelota, el encuentro y la reunión, quedan garantizados. El fútbol siempre es una excusa, una puerta abierta para unir lazos. Y en este caso también, para tejer puentes entre comunidades, conocer problemáticas y compartir experiencias.

Así lo relata Milagro “A partir de la visita futbolística de una comunidad a otra, se negociaban y se pactaban algunas transacciones. Por ejemplo, el trueque de papa con maíz o la venta de animales entre otras. Se daban ese tipo de situaciones y también se iban generando otras. Por ejemplo, es tradición que la comunidad local reciba a quienes llegan. Se organizaba un asado, una comida, una fiesta, y éste era un momento propicio para la formación de parejas entre los más jóvenes. Así que también había tiempo para enlazar y hermanar a las comunidades en este sentido”.

El relato continúa con historias entre los adultos, ya que “los más grandes también tenían su momento de encuentro. Ellos se conocían de trabajar en el Ingenio San Martín. Mucha gente trabajaba de mayo a noviembre en el ingenio y después iban a sus comunidades. Entonces en el momento del partido volvían a verse después de meses. Fueron y son momentos de encuentro y reencuentro y creo que eso de alguna manera iba permitiendo mantener hermanadas las comunidades”.

En los últimos años, contra estigmas regionales y de género, comenzaron a proliferar los campeonatos femeninos. Según cuenta Domínguez “Esto empezó hace unos años atrás. Antes no se daba tanto, el futbol era solo para varones. De hecho, había equipos que no querían que las mujeres vayan a la cancha. Pero hace 10 años por lo menos, las mujeres empezaron a tener más participación e inclusive armaron sus campeonatos. Antes de la pandemia, las mujeres jugaban el campeonato los sábados, y los varones el domingo”.

Historias de pelotas perdidas, canchas inclinadas y ojotas como botines, abundan en el atrapante relato de Milagro Domínguez. Él, como referente Kolla de las comunidades en la región, no deja de restarle importancia al deporte en general y al futbol en particular como manera de seguir afianzando vínculos entre las comunidades.

En tierra donde las políticas de Estado siempre llegan tarde a la cita, el futbol no viene a resolver las necesidades estructurales que abundan en la puna salteña, pero sin duda aportan en el sostenimiento de los lazos y el hermanamiento comunitario.

Quien sienta entonces que puede desafiar a estas estrellas anónimas del futbol, que haciendo paredes contra los cerros a 4200 metros forjan su técnica, quedan invitados a jugar un picadito muy cerca de las nubes.


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