Diegologías
YO QUIERO SEGUIR JUGANDO A LO PERDIDO

YO QUIERO SEGUIR JUGANDO A LO PERDIDO

“Yo no sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui”
Silvio Rodríguez

Sus posiciones políticas lo diferencian de otras leyendas del fútbol. Otros grandes futbolistas guardan sus lugares cerca de los poderosos. Elijen la comodidad. Diego tuvo inquietudes, preguntas, dudas y aprendizajes que le fueron armando un lugar desde donde mirar el mundo. Primero el Che. Después Fidel. Los jubilados. El sindicalismo. La patria grande. Su talento con la pelota fue natural. Sus posiciones políticas, en cambio, se fueron haciendo al andar.

Con ojos de Fiorito

No fue el atardecer en el Malecón. No fueron las playas de Varadero. No fueron los autos de la década del cincuenta. No fue caminar por las calles en paz. No fue el anonimato que creía perdido. No fue un mojito en el patio del Hotel Presidente. No fue la gorra que le regaló Fidel. Lo que más maravilló a Diego Maradona de Cuba fue que todos los chicos tenían zapatillas.

Sus primeras posiciones políticas son las de alguien que no se olvida de sus orígenes. Diego miraba pensando en su infancia. Recién llegado a Nápoles un compañero le contó de un vecino de su pueblo. El hijo necesitaba una operación millonaria. Diego decidió organizar un amistoso para recaudar plata. Corrado Ferlaino, presidente del Napoli, se opuso. A Diego no le importó, el amistoso se hizo igual.

Se llevó a todo el equipo del Napoli, camisetas incluidas, hasta Acerra. A 25 kilómetros de la ciudad, en una cancha inundada de barro, Diego ensayó el segundo gol contra los ingleses. Su forma de volver a Fiorito era ayudando a todos esos Diegos que no podían ser Maradonas.

 “¿Y vos quién te crees que sos? ¿El Che Guevara?”. El reclamo salarial se sumaba a una larga lista de actitudes de Maradona que a Corrado Ferlaino no le gustaban. El patrón quería poner en su lugar al peón. Diego respondió “Sí”. Todavía no lo tenía tatuado en el brazo derecho, pero intuía que algo ahí había. Más después de cruzarse con una protesta en el centro de Nápoles y ver la cara del Che entre todas las banderas.

La figura del Che Guevara encandiló a Diego. “No sé si el Che hubiera querido ser Maradona, pero a Maradona le habría encantado ser el Che Guevara”, dijo alguna vez Fernando Signorini. Diego llegó a considerarlo un prócer por encima de José de San Martín. Siempre que pudo mostró con orgullo el tatuaje con su cara. “Para mí la verdadera historia es el Che”.

La gorra y los penales

En 1986 la agencia cubana Prensa Latina le dio el premio al deportista del año. Víctor Ego Ducrot, un periodista argentino que vivía en la isla, junto a Elmer Rodríguez, entonces Jefe de Deportes, pensaron en invitar a Diego a Cuba para darle el premio. Se pusieron en contacto con Carlos Bonelli y Enrique Escande para que intentaran convencerlo.

Bonelli le propuso a Pablo Llonto, por entonces periodista de Clarín y muy cercano a Diego, que hablara con él. Al principio no quiso. No quería que su figura sea utilizada políticamente. A fines de la década del 80 la Revolución Cubana estaba por ingresar en su primera gran crisis: el período especial. Diego no quería su imagen quedara ligada al comunismo.

Llonto y Bonelli se reunieron con Diego en el departamento que tenía en Avenida Del Libertador, frente a la ESMA. Luego de varias horas lo convencieron. La única condición fue que le permitieran viajar con Claudia, Doña Tota, la madre de Claudia, Dalma, que tenía tres meses, sus hermanas y Fernando Signorini.

En julio de 1987 el avión de Cubana de Aviación despegó de Ezeiza. Lo recibieron en el Aeropuerto José Martí de La Habana. Después de entregarle el premio viajaron a Varadero a pasar algunos días en la playa. Ahí surgió la posibilidad histórica. Conocer a Fidel Castro.

Faltaban veinte minutos para la medianoche cuando ingresaron al Palacio de la Revolución. Habían pasado cuarenta y ocho horas de incertidumbre esperando el llamado que anunciara el encuentro. Diego, poco acostumbrado a las esperas, perdía la paciencia. Se olvidó de todo al entrar al despacho de Fidel y fundirse en un abrazo con él.

Castro le preguntó por Nápoles. “Parece una broma pero después de dos años de estar allá todavía no conozco la ciudad”. Diego le contó sobre la locura de los napolitanos. “No me dejan salir”. Sin temor a exagerar dijo que para ellos él estaba a la altura de San Genaro. Fidel quiso saber cómo patear un penal. Habló con Doña Tota. Con Fernando Signorini. Preguntó por Dalma. Por Don Diego. Fidel logró que Maradona quedara afuera de la reunión y poder comunicarse con Diego.

“Comandante, disculpe ¿Me la da?”. Diego señalaba la gorra. Fidel se la sacó y en el mismo movimiento la puso sobre sus rulos. “Espera, antes la firmo, porque si no puede ser de cualquiera”. A las cinco y media de la mañana terminó la reunión. Diego se iba con la gorra y un nuevo segundo padre. De ahí en adelante Fidel sería su faro ideológico y Cuba el lugar de descanso para su cuerpo y alma. Salían del despacho cuando Fidel Castro quiso sacarse la última duda. “Entonces, antes de patear el penal, debo mirar al arquero ¿no?”.

 Diego entendió con Fidel el valor de la lealtad y la amistad. En 1992 Pablo Llonto, aquel que había gestado su viaje a Cuba, fue suspendido del diario Clarín. Era delegado gremial y no le permitían ingresar a la redacción. Cuando se enteró, Diego tomó la decisión de no darle más notas al diario. A los pocos meses Horacio Pagani, periodista del diario, viajó a Sevilla para hacerle una nota. No lo atendió. Le mandó a decir que no le iba a dar notas hasta que no reincorporaran a Llonto. Durante dos años no dio declaraciones a Clarín. Recién volvió a hacerlo en 1994 en el aeropuerto de Boston, después del doping en Estados Unidos 94. “Yo ya soy un ex jugador, no tiene sentido seguir negándome a dar notas”.


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