EL DÍA EN QUE VOLVIMOS A CREER
Es jueves 16 de noviembre de 2023. La selección argentina campeona del mundo, invicta, ganadora, imbatible, se enfrenta por las eliminatorias a la selección uruguaya. De ese lado está Marcelo Bielsa. Quienes conocen, aunque sea un poquito, sus obsesiones saben que desde hace meses analiza cómo anular a los mejores de Argentina. Por dónde entrar, cómo ganarles, cómo hacer para que sus jugadores presionen y releven en bloque. Será un partido difícil.
La ciudad de México es abrumadora. No encontré mejor palabra para definirla. Inmensa, inabarcable, ruidosa. No me acostumbro a las distancias, al tránsito permanente, a la altura, al smog. En unos días entenderé que esa inmensidad y esa fuerza no es solo cemento y que, así como la naturaleza brota con fuerza en cada rincón de la ciudad, y las ardillas y los cuervos andan por los parques entremezclados con la gente, la historia, la resistencia, la huella de los pueblos originarios laten con más ganas que toda la modernidad.
Pero aún es jueves y hay que encontrar un lugar donde ver el partido. Llamo a un par de bares y casi nadie tiene el “pack fútbol” mexicano. El que me da el ok es “Hooters”, una cadena famosa que desconozco. Las tres horas de diferencia (en CDM son las 18) hacen que sea el horario ideal para una cerveza. Llegar al bar fue una concatenación de sorpresas: estacionamiento de camionetas 4×4, mozas con poquísima ropa, pantallas grandes en todo el bar plagado de oficinistas (varones) de puro after office, haciendo lo que le gusta al macho promedio: mirar deportes y culos.
Por supuesto, me quedé. Por supuesto, cuando conté esta anécdota me respondieron: “pero, boluda, ¿vos no sabías lo que era ‘Hooters’?”. Por supuesto, dije que no. Así vi la derrota de Argentina contra el feroz Uruguay del Loco. Se escuchó algún “gool” en voz baja como modo de festejo contra la selección campeona. Eso sí, con respeto. Porque a las mujeres vestidas, ahí, se las respeta.
El fútbol no lo es todo en México. Se añora pasar por bares, restaurantes, kioscos y que haya un partido a cualquier hora. Que la charla ocasional sea respecto del encuentro, el campeonato o el descenso. Incluso, me costó encontrar, al menos en el camino que me tocó recorrer, mujeres cercanas al fútbol. Y aunque no profundicé en el por qué, hay varios botones de muestra en lo que respecta al lugar de ellas, a la violencia que viven más notoriamente que en otros lugares: entrar a un subte y ver que tienen vagones exclusivos para “mujeres y niños menores de 12 años” demuestra lo difícil que resulta moverse, en todos los ámbitos, en una sociedad tan machista.
Con quienes comparto algún diálogo futbolero, se encargan de nombrar a dos directores técnicos que les cambiaron la mirada sobre el fútbol, sobre sí mismos como jugadores, como equipo y (aplicando el lenguaje grandilocuente que utilizamos quienes tomamos al fútbol como medida de la vida) como sociedad: César Luis Menotti y Ricardo Lavolpe. “Le hicieron creer a los jugadores que valían, que se podía armar una selección digna”, dice Román, un poeta mexicano. Pero después de eso, llega la tristeza-reproche: “Todo venía bien hasta el gol de Maxi”.
En las vísperas de un partido, siempre aparece la inevitable nota de efemérides. Una de las más presentes cada vez que se enfrenta a la selección mexicana es el “gol de Maxi”. Algunas personas pueden agregarle el “contra México”. Pero sí, con la primera referencia ya sabemos de qué estamos hablando. Para quienes no son leprosos, “gol de Maxi” hay uno solo: el 2 a 1 que metió desde afuera del área durante el alargue del Mundial Alemania 2006 y que nos permitió pasar a cuartos de final. Y hasta ahí llegamos. Uno de los tantos mundiales que recorrimos sin copa, aquel, sin siquiera mirarla de cerca.
Y esto nos lleva al hoy, al 26 de noviembre de 2023, cuando se cumple un año del partido de Qatar 2022 contra, por supuesto, México. “Siempre nos quedará Qatar”, pienso, mientras alrededor todo es incertidumbre y pesar por los resultados de las elecciones presidenciales. La tercera, ese momento que nos dejó suspendido en el tiempo la sensación majestuosa de que éramos un pueblo unido. De que a los pibes de Malvinas jamás los íbamos a olvidar. De que el Diego era un ángel guardián que nos alentaba desde el cielo con don Diego y doña Tota. De que las calles eran lugar de encuentro y de celebraciones. Y que la bandera era para todas, para todos, la misma.
El partido contra México era fundamental. Se había arrancado el Mundial a las 7 de la mañana, entre personas recién amanecidas y “otros que no amanecen, hacen un puente entre la noche y el día. Las panaderías abren más temprano. También están los que se arman un fernet al lado de los que toman café”, como cuenta Juan Stanisci en la nota previa de esta serie mundialista. Había sido una derrota inesperada. Casi como la de contra Uruguay, pero peor. Era nuestro mundial. Era el mundial de Messi. Arrancar el día perdiendo contra Arabia Saudita era -hasta ese entonces- lo peor que podía pasarnos. En las calles había caras de culo y furia, contenida y no tanto. Estaban los que vociferaban: “Pero si son unos cagones, estos se vuelven en la primera vuelta” y estaban los que defendíamos a la selección más que a la democracia.
El 26 de noviembre de 2022 fue sábado. El partido en el estadio Lusail era a las 4 de la tarde horario argentino. Fue el día en el que empezaron las cábalas, los encuentros, las comidas, las picadas, las sobremesas, los brindis. Los golazos de Messi y de Enzo nos devolvieron la esperanza, la alegría. Faltaba mucho todavía. Fueron los primeros tres puntos, pero también la certeza de que ese equipo no nos iba a dejar tirados.
Fue llenarse la garganta de gritos de gol, empezar a hacer cuentas y mirar otros partidos. Fue el primer paso de los que nos llevaron al campeonato del mundo. A querer a esos pibes como si fueran tu familia. A abrazar al de al lado, a la de la otra esquina, al desconocido como si fueran de tu propia comunidad. Los primeros pasos son importantes en cualquier camino, en cualquier vida. Y más si son pasitos que llevan a semejante alegría colectiva. ¿Quién no quiere volver, acaso, a la sensación que da la esperanza? Ese pedacito de vena que late fuerte adentro del pecho.
En la cima del cerro Tepozteco, en Tepoztlán, una ciudad muy cercana a la de México, están las ruinas arqueológicas de un templo construido entre los años 1150 y 1350. Por su orientación, allí se adoraba al sol. Y hay una frase que usaban los mexicas y que hoy rescatan, a través de los años: “Con fuerza y voluntad, cambia tu piel cada día, renovando tu florecimiento”. Son ideas, conocimientos ancestrales, que persisten en el tiempo más allá de colonizaciones, intromisiones y gobiernos de turno. Eso también es México y esas resistencias anidan bajo el cemento y el smog. Un año después de aquel partido, “siempre nos quedará Qatar”, me repito, para convencerme. Y para abrazar esa esperanza que construimos en comunidad.